sábado, 10 de noviembre de 2012

4 - El Carnaval y los Juegos




El carnaval

Aunque las fiestas de Carnaval fueron suprimidas por decreto en el año 1939, aún pasaron varios años hasta que en pueblos pequeños como el nuestro se hizo efectivo dicho decreto. Pero al final fueron prohibidas definitivamente por la Guardia Civil.

Como dice Josefina Roma Riu en Aragón y el carnaval (Guara Editorial, Zaragoza, 1980),

Aunque desaparecieran las fiestas de los días propios de carnaval, no desaparecieron las restantes de la constelación de invierno, que en muchos pueblos constituían su verdadero carnaval, como La Candelera, san Blas, santa Águeda, san Antonio, san Vicente, etc., que muchas comunidades guardaron como la Fiesta Chica de invierno, ...

No vamos a entrar en detalles de los motivos de la prohibición, pues no vienen al caso para este trabajo. Solamente decir, que no volvieron a restituirse hasta la instauración de la democracia actual.
        
Parece ser que para la investigadora citada anteriormente el Carnaval es una

celebración del final del invierno y recomienzo del ciclo productor de la naturaleza y del hombre...,una interacción entre el mundo tangible y el mundo del Más Allá..., para lo cual se requiere una purificación individual y colectiva, siendo la fiesta en sí misma la inversión del tiempo cotidiano, de ahí el disfraz, el cambio de papeles... y en un ensalzamiento reversible de los sectores menos favorecidos de la sociedad, la mujer, los niños, los pobres...

En nuestro pueblo, según puedo recordar todavía, el festejo consistía en los disfraces, la chanza, el jolgorio, el baile, la comida y la bebida.

Pero el juego principal durante los tres días de fiesta consistía en el disfraz, y su éxito dependía, de ser o no ser reconocida la persona disfrazada. Los jóvenes e incluso los niños, lo hacían por cuadrillas y daban vueltas al pueblo para dejarse ver por todo el vecindario. Cuando al pasar por delante de alguna puerta si alguien hacía algún comentario de "esa es fulanita", la interpelada le hacía un gesto negativo con la mano para darle a entender que no había acertado. Lo cual provocaba las risas del grupo.

Los disfraces consistían en ocultar el rostro lo mejor posible y disimular el resto del cuerpo con ropas viejas y antiguas, embozos, capas, cobertores o cualquier otro tipo de prenda que pudiera hacer de sayón. Algunos disimulaban la altura colocándose encima de la cabeza algún objeto, por ejemplo un palanganero de hierro o madera y cubriendo el conjunto con una sábana.

Pero todos éstos eran los teloneros, como diríamos hoy en día. Los verdaderos protagonistas eran los "mascarones", representados por los mozos. Se pintaban la cara con hollín o sebo de carro, se cubrían la cabeza con un capazo viejo de esparto, se ponían sayas de sacos o pieles de oveja, peladizos en los pies y una ristra de esquilos, cencerros y trucos (así llamados a los esquilos grandes) atados a la cintura, haciéndolos sonar con gran estruendo al correr y saltar. Mientras recorrían el pueblo, lanzaban harina a cuantos encontraban a su paso. Siendo las mozas sus objetivos predilectos, sucedía a  veces que casi no podían salir de casa pues las embadurnaban por completo e incluso las espiaban  y cuando iban a la fuente o al horno salían a su encuentro para llenarlas de harina de la cabeza a los pies. En alguna ocasión provocaban algún enfado que no llegaba a mayores, pues normalmente todo se sucedía con desenfado y regocijo.

Y el gran público, es decir, la mayor parte del vecindario, esperaba en la Plaza a que llegaran los "mascarones" y aunque los niños empezábamos a llorar de temor, desde que oíamos los cencerros que se aproximaban por las calles vecinas, los mayores gritaban de alegría en cuanto aparecían por alguna esquina. Y mientras los disfrazados espolvoreaban harina a los asistentes y asustaban a los niños (lo cual en esta época era muy divertido para los mayores, por cierto), los demás especulaban sobre la identidad de cada "mascarón".

Respecto de la harina hay que decir, que unos días antes del Carnaval había quien molía una talega de cebada (para no gastar el trigo), con el fin de tener harina abundante para estos festejos.

El día finalizaba como siempre en todas las celebraciones: con baile para los jóvenes, pero esta vez con mascaretas. En este caso, las mozas sacaban a bailar a los mozos, es decir, el cambio de papeles en lo cotidiano, como hemos dicho anteriormente, para un sector de los más desfavorecidos de la sociedad: la mujer.


Los juegos en general

Cada edad y sexo requería los suyos propios. Así, los niños durante el recreo jugaban al marro, a la una anda la mula, a los tejos, o cualquier otro que requiriera movilidad. Por las tardes, después de la escuela o los festivos, jugaban a las carpetas (cartetas) o a los "cuscutos" (la mitad de las carpetas), o simplemente a correr y saltar. Si hacía frío o llovía, todos estos juegos los realizaban dentro de la plaza.

Los juegos de las niñas eran distintos, de una parte debido a la educación recibida y  de otra porque requerían menos fuerza y más habilidad, menos rudeza y más sensibilidad. Realmente no estaba bien visto que chicos y chicas pudieran intercambiarse los juegos. Si una chica jugaba con los chicos era un "chicazo" y a la inversa el chico era un "mariquita"

Las niñas jugaban a la comba, mientras cantaban:  "Al pasar la barca me dijo el barquero, las niñas bonitas no pagan dinero..." o "¿Dónde vas Alfonso doce, dónde vas triste ti?...". También jugaban al limbo, a las tabas o al descanso.

Los jóvenes lo hacían a la pelota, a la bola, a saltar (tres saltos con una piedra en cada mano de contrapeso), a la barra... Para los un poco mayores era típico tirar al palo. Para el juego de la bola, se utilizaba como campo de tiro el camino de Daroca, siendo la Plaza el punto de partida, por eso al primer tramo se le conocía como "El tirador". El juego consistía en lanzar una bola de hierro, rodando, sin que se saliera del camino. Vencía quien, en una tirada menos, la lanzaban más lejos o llegaba a la meta estipulada.

Había un juego mixto, en el que intervenían chicos y chicas en edad casadera. El juego consistía en formar un pasillo (o a veces un corro), a cuyos lados se colocaban todos los participantes: chico, chica, chico, chica..., siempre alternando y en el centro del pasillo un chico solo o una chica sola, según correspondiera. Cuando los del pasillo ayudándose con palmadas rítmicas  empezaban a cantar, el que estaba en el pasillo iniciaba un paseíllo al mismo ritmo de las palmas, mientras cantaban:

“El señorito Fulano (o señorita, Fulana según correspondiera)
Ha entrado en el baile,
Que lo baile, que lo baile,
Que lo baile
Y el que no lo baile
Medio cuartillo pague
que lo pague, que lo pague
que lo pague.
Ante la orden imperativa de
¡Salga usted!,

el chico que está bailando debe señalar a una chica, o si era una chica a un chico, y cogiéndola de la mano la introduce con él en el pasillo, para seguir bailando juntos cogidos de la mano y sin haber perdido el ritmo, mientras el coro continúa cantando:

Que la quiero ver bailar
Saltar y brincar
dar vueltas al aire
Con lo bien que lo baila la moza
Déjala sola, sola, solita
Sola bailando…

y en este momento la chica que ha entrado suelta la mano del chico, quien debe colocarse de nuevo en su sitio, en el lado que le correspondía de inicio, mientras el coro vuelve a iniciar la canción, desde la primera estrofa, dando la bienvenida con su propio nombre a la nueva participante.

Las mujeres lo hacían al juego del quince. Para ello se reunían formando un corro en las replacetas, si hacía buen tiempo o en la cocina de una casa si hacía frío. Este juego consistía en poner en el centro del círculo formado, una moneda de cinco o de diez céntimos cada jugadora. La que llevaba la baraja daba una carta a cada una. La jugadora de turno podía “plantarse” con la carta recibida o bien seguir pidiendo cartas sin pasarse de quince ya que en ese caso perdía. Una vez servidas todas las jugadoras, la que llevaba la banca, obraba en consecuencia a lo que veía en el corro, es decir se “plantaba” con la primera carta o se servía a sí misma. Finalmente se descubrían las cartas  de las “plantadas” y la que tenía más puntos ganaba la partida y recogía las monedas del corro. Si alguien obtenía quince, desde ese momento recogía las cartas y se proclamaba la banquera. En caso de empate siempre ganaba la banca o la que era mano. El valor de las cartas era el siguiente: la sota, el caballo y el rey valían diez puntos, las demás por su figura: 1, 2, 3, etc. Como se puede apreciar es muy parecido al siete y medio.

Anteriormente a este período, en la juventud de mi madre, las mujeres también jugaban a las birlas. Era un juego perecido al de los bolos, pero con otras normas ajustadas a las formas y número de las birlas, ya que estos palos labrados son más esbeltos que los otros y por tanto con una base menor.

Era muy entretenido el domingo después de la salida de Misa, ver jugar un partido de pelota en el trinquete, generalmente entre mayores y jóvenes o entre casados y solteros. Unos aportaban la experiencia y los otros la fortaleza. El auditorio se colocaba en la parte exterior de la Plaza, sobre los bancos ya que los dos arcos eran diáfanos, para contemplar el partido y animar y aplaudir a los jugadores. A veces se sucedían varios partidos consecutivos.

Una vez terminado el partido, todo el mundo se marchaba a su casa a aviar a los animales y después de comer, los casados se iban un rato al café. Allí se jugaba al guiñote, al subastado o al arrastrado. Algunos jugaban a la banca o al siete y medio.

Y los solteros se marchaban al baile.

Aunque había más formas de entretenimiento, estos eran los más propios para los domingos, tras los duros trabajos cotidianos. 

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