Mayo de Aliaga (Teruel)
El mayo
Dice Julio Caro Baroja en La estación de amor - Fiestas populares de mayo a San Juan, (Taurus
Ediciones, Madrid, 1979).
Hay costumbre en muchos puntos y regiones de España -como ocurre en una gran parte de Europa- de colocar en la plaza del pueblo o en un lugar determinado, el último día de abril o el primero de mayo, un gran árbol denominado "mayo" precisamente, al que se adorna lo mejor que se puede.
Este "mayo", este árbol, en algunos sitios es sustituido por un poste o palo largo, a modo de cucaña, llamado "mayo" asimismo y lleno también de adornos.
Mas sucede que el árbol o poste en varios pueblos y regiones lo han dejado de colocar en la época característica para ponerlo en el día de la festividad patronal, conservándose -sin embargo- el nombre. Vamos a ver algunas viejas definiciones del "mayo".
Mayo -dice Covarrubias- suelen llamar en las aldeas un olmo desmochado con sola la cima, que los moços çagales suelen en el primer día de Mayo poner en la plaça, o en otra parte, y por usarse en aquel día se llamó Mayo: y assi dezimos al que es muy alto y enxuto, que es mas largo que Mayo, entiéndase deste arbol, y no del mes, pues otros meses traen tantos días como el"'.
En efecto, Correas trae estos refranes: "Tan largo como mayo; como un varal, como la Cuaresma"; "Mayo el Largo": "así le llaman -comenta- por sus días largos y por el palo alto que levantan su primer día y le llaman mayo". Y en la sección de frases comenta la de "Largo como mayo" de esta manera: "Mayos son unos palos largos que levantan en alto por mayo en algunas tierras, por uso antiguo".
Cucalón igualmente, no podía sustraerse al influjo de
esta tradición. Para ello se reunían los mozos más fuertes, normalmente los
quintos del año, e iban a buscar el árbol más alto y recto que pudiera existir
en el término, normalmente por el Rio. Casi siempre era un chopo al que le
desmochaban las ramas laterales para dejarle exclusivamente el tronco central
terminado con unas pocas hojas en la punta a modo de corona. Con el fin de que
el dueño no pudiera demostrar su propiedad, primero hacían el corte normal para
talarlo y después un trozo más arriba en el tronco, otro corte para despistar.
De esa manera se veía a simple vista que no coincidía el corte del mayo con el
tocón que quedaba en el río o ribera.
Hacía falta mucha fuerza y maña para colocarlo, pero
se disponía de diestros sabedores con experiencia para hacerlo. Se ponía
siempre de noche, anclado en el suelo dentro de un agujero existente, donde ya
se habían levantado mayos en años anteriores. Para hacerlo se precisaban sogas
y escaleras, cosa consabida de antemano. Antes de subirlo se enjabonaba bien
para que al trepar fuera resbaladizo y en la parte superior colocaban
chucherías e incluso algunas veces un pollo.
Al día siguiente el mayo se erguía esplendoroso
en medio de la Plaza durante todo el mes, siendo su contemplación un gran
espectáculo para el vecindario. Incluso se permitían toda clase de comentarios
comparativos sobre su altura, grosor o belleza respecto a otros de años
anteriores. Muchos jóvenes intentaban escalarlo, mas dada su dificultad
resbaladiza, era normal casi siempre fracasar en el intento. Finalmente alguien
lo conseguía.
Terminado el mes de mayo, los mismos que habían
intervenido en su colocación, lo volvían a desanclar de su colocación para
venderlo a quien estuviera interesado en adquirirlo. Con el dinero obtenido
celebraban una merienda para todos, incluidos los amigos.
Las hogueras
Solamente se hacían hogueras en Cucalón, en dos
ocasiones que yo recuerde: san Antón (17 de enero) y santa Lucía (13 de
diciembre).
En la noche del 16 de enero, es decir la víspera de
san Antón, se encendía una hoguera junto al peirón de santa Ana, sobre cuyos
rescoldos se bendecirían los animales al día siguiente, tal como hemos indicado
al hablar de los peirones. Los mozos, como siempre, eran los encargados de
organizar la hoguera, para lo cual iban de casa en casa pidiendo leña para este
fin. Normalmente, los vecinos que pensaban llevar los animales a bendecir ya
tenían preparados los fajos de leña en la puerta de la casa, con el fin de que
ya no tuviesen que molestarse en pedirla.
De igual modo la noche de santa Lucía, que para eso
era abogada de la buena vista, se preparaban hogueras por todo el pueblo,
pero esta vez en cada esquina. La leña la aportaban los vecinos más próximos a
cada una de ellas y competían entre sí para preparar la más grande o la más
duradera.
Todo ello se realizaba entre festejos y regocijo. La
base del festejo era siempre la misma: reunión de familiares y amigos para comer,
beber y en este caso, visitar en ronda cada una de las hogueras del pueblo,
para poder hacer al día siguiente los comentarios pertinentes.
Aunque yo no lo recuerdo, probablemente hubo un tiempo
en que también se harían hogueras para San Juan, siguiendo la tradición
generalizada en toda Europa, principalmente en el hemisferio norte, para
celebrar la llegada del solsticio de verano.
Los bailes del domingo
La mayoría de los domingos por la tarde, exceptuando los de la recolección, se celebraban bailes para los jóvenes, amenizados por el ciego de Lanzuela con su violín, bandurria o laúd. Al finalizar el baile, todos los mozos escotaban para pagarle en proporción al número de asistentes.
Los adolescentes empezaban a ser admitidos, cuando los mozos consideraban que ya eran aptos para entrar en el grupo o clan. A partir de entonces entraban en el baile y escotaban su pago como los demás. Cuando una madre decía que su hijo "ya entraba en el baile", venía a decir que ya era todo un hombre, por cuanto era admitido en el grupo de los mozos. Esto me recuerda los ritos tribales, para celebrar el paso de la última fase de la adolescencia a la edad adulta.
Los niños y adolescentes, también trataban de participar incorporándose al jolgorio, pero finalmente eran expulsados por los mozos, normalmente con cajas destempladas e incluso a veces a correazos.
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