Las Fiestas Patronales
En realidad son numerosas las fiestas que existían en
el mundo antiguo para celebrar la salida del invierno.
Es curioso por tanto que las lupercales romanas, que
se celebraban el 15 de febrero en honor a Luperco dios pastoril, casi coincidan
con nuestras fiestas de invierno. Y es más, en el supuesto de que la
primera luna llena de la primavera ocurriese con el inicio de ésta,
prácticamente o bien coincidían con el Carnaval o eran una continuación. Era
una forma de alargar el festejo de invierno unos días más.
No sabemos cómo la Iglesia, al cristianizar nuestra
comarca, distribuyó las fiestas de cada pueblo, pero sí trató de que los Santos
y por tanto los días de su celebración, al menos no fueran coincidentes, de
forma que cada pueblo tuviera su propio santo Patrón. En otras ocasiones, los
propios repobladores durante la reconquista trajeron sus Santos, propios de los
lugares de donde procedían, ya que algunos de ellos, habían sido cristianizados
varios siglos con anterioridad a nosotros.
La realidad es que la jerarquía eclesiástica trató de
mantener las fiestas que se celebraban con anterioridad a la implantación del
cristianismo, pero cambiando los símbolos, ahora con nombres de santos, que
justificaban su festejo y así dejó en cada localidad una fiesta de invierno
(Fiesta Chica) y otra de verano (Fiesta Mayor), como era norma en todo el mundo
occidental.
Campos nevados
En algunos pueblos agrícolas, que como Cucalón, pueden
dedicar más días a festejos durante el invierno, esta estación en la que las
faenas son mínimas, finalmente la Fiesta Chica va tomando un incremento tal
sobre la fiesta principal que llega a convertirse en la Fiesta Mayor.
Así pues nuestra comunidad celebraba estas fiestas en
honor de San Blas (día 3 de febrero) y Santa Águeda (día 5), con el boato y
amplitud que hubiera requerido la fiesta grande. Se empezaban ya con el inicio
del mes de febrero y las prolongaban al menos hasta el día 6, denominado la
abuela de Santa Águeda. Se definía su duración en la coplilla que empezaba
así:
El primero hace día,el segundo Santa María,el tercero San Blas,el cuarto, uno y más...
Para la vida de nuestros Santos nos vamos a basar en
la hagiografía clásica sin tener en cuenta el rigor histórico, para lo cual
vamos a seguir El Santoral de Luis Carandel (Madrid: Maeva,
1996).
San Blas nació en la segunda mitad del siglo III en
Sebaste, una ciudad de Armenia, de donde llegó a ser obispo por tratarse de un
santo varón. Fue médico de profesión y según se cuenta en la vida de los
Santos, además de curar otras dolencias, un día se le presentó una mujer para
que le sacase a su hijo una espina que se le había clavado en la garganta y que
estaba a punto de ahogarlo. El Santo lo salvó, por lo que posteriormente fue
declarado abogado de los males de garganta. En el año 316 fue decapitado, en
tiempos del emperador Licinio.
Santa Águeda, que nació en Sicilia en el año 230, era
rica, noble y de una gran belleza, por lo que era solicitada como esposa por un
gran número de pretendientes, incluido Quinciano gobernador de la isla. Fue
tanta la resistencia de Águeda a sus requerimientos matrimoniales, que
aprovechando severos edictos del emperador Decio contra los cristianos, mandó
que la apaleasen, desgarrasen sus carnes y le cortasen los pechos, pero aún así
sanó de las heridas y murió el cinco de febrero del año 251.
Estas fiestas, se celebraban con gran solemnidad
religiosa, consistente en misa de terno con sermón, para lo cual se invitaba a
los mejores oradores religiosos entre los sacerdotes del contorno. Y se recorrían
las calles del pueblo en una gran
procesión, enarbolando las banderas y estandartes llevados por mozos y las
imágenes de los Santos porteadas en andas, la de San Blas por hombres y la de
Santa Águeda por mujeres, llevada en primer lugar en la procesión del día 5. A
lo largo del recorrido la música tocaba las marchas adecuadas mientras la gente
cantaba. En el báculo del Santo se colgaban los rollos, que habían realizado
las jóvenes el día anterior en el horno y que posteriormente se comerían los
quintos de aquel año.
La parte profana se celebraba al mismo tiempo y como
era una época en la que no había apenas faenas agrícolas, duraban cuatro o
cinco días como hemos dicho, desde el día dos, la Candelera, hasta el día seis,
al que llamaban “la abuela de Santa Águeda”, que era una forma de alargar el
jolgorio un día más.
Esta fase lúdica consistía en juegos y concursos
diversos, como los de pelota, tiro de bola o tiro del barrón, saltos, carreras
de sacos, carreras pedestres, carreras de burros con la albarda al revés o el
de tratar de coger, montado en un burro, un tajo de jabón sumergido en un balde
con agua. Y todavía se enterraba el balde en el suelo para hacerlo más
profundo.
Una
competición que tenía bastante aceptación entre el público y los deportistas, era
la carrera pedestre (llamada “corrida”), a la que asistían, además de los del
pueblo, los mejores corredores de la zona, ya que el premio era bastante
sustancioso para la época. Consistía en dinero y un pollo para el que llegara
en primer lugar a la meta y dinero proporcional al puesto, para los que
llegaran en segunda y tercera posición. En nuestro pueblo había familias que
proporcionaron buenos corredores y que también se desplazaban a las fiestas de
otros pueblos para competir, obteniendo numerosos trofeos en este deporte.
Se iniciaba
en la carretera, en la revuelta de la Balsa, a la orden de salida, al son de
una marcha de la banda de música acompasada al ritmo del trote de los
competidores, que corrían en calzoncillos y descalzos. Subían en cuesta hasta
la fuente de los Zapos, dos o tres veces, según estuviera estipulado para
finalizar en la meta. Cada vez que se acercaban en cada vuelta, la música los
seguía a su ritmo, acrecentándolo sobre todo en la última vuelta como para dar
aliento a los participantes y emoción a los que los observaban.
Para amenizar los festejos, se contrataba una banda de
música que tocaba en la misa, en la procesión, en la carrera pedestre y todos
los días en el baile, tarde y noche, que se celebraba bien en la Plaza o en el
salón de turno.
Y esta fase era la más apreciada y provechada por la
juventud. Venían mozos y mozas de los pueblos vecinos, lo cual propiciaba
nuevas amistades que en muchas ocasiones terminaban en boda. Esto era
biológicamente importante para el intercambio genético y de esta forma evitar
la endogamia que podía darse en estas comunidades pequeñas y cerradas, donde la
mayor parte están emparentados. Los apellidos lo atestiguan.
El día de Santa Águeda y para romper con los moldes
establecidos por la costumbre, era el día propio de las mujeres recién casadas
o próximas al matrimonio y lo aprovechaban todas para tomarse alguna pequeña
licencia, intercambiando los roles de sometimiento al varón en el que desgraciadamente
estaban inmersas y cuyas secuelas todavía perduran.
Para los chicos, como no había escuela, el festejo era
múltiple y se divertían plenamente, si no participando, sí al menos observando
y comprando alguna chuchería poco habitual.
Los mayores, como en la calle hacía bastante frío,
necesitaban buscarse un cobijo. Y los hombres se reunían en el café y las
mujeres en alguna casa para jugar a las cartas.
Procesión fiestas de
Santiago y Santa Ana
Las Fiestas de Verano
(Fiesta Mayor)
Para estas fiestas podemos decir lo contrario de las
de invierno. Como estaban dedicadas a Santiago Apóstol y Santa Ana, 25 y 26 de
julio respectivamente, coincidían con la época de la recolección de la cosecha
y por tanto del trabajo más fatigoso del año.
Santiago Apóstol, llamado el Mayor para distinguirlo de
Santiago Alfeo, es el Patrón de Cucalón y la iglesia estaba erigida bajo su
advocación. Dice la leyenda que viajó a España y en Zaragoza se le apareció la
Virgen en carne mortal. A su vuelta a Judea fue decapitado por orden de Herodes
Agripa, pero sus discípulos trasladaron el cadáver a España, en una barca que
atracó en Iria Flavia (Padrón) y enterrado en lo que posteriormente se llamaría
Compostela. También conocido como Santiago "Matamoros",
posteriormente sería declarado Patrón de España.
Santa Ana, nació en Belén, de la tribu de Judá. Casada
con Joaquín vivieron muchos años sin tener descendencia y creyeron que su
esterilidad era una maldición de Dios. Juntos en oración prometieron que si
tenían un hijo lo consagrarían al templo. Al nacer la Virgen se trasladaron a
Jerusalén para cumplir la promesa y a la vez estar cerca de su hija. A la
muerte del esposo, Ana dedicó el resto de su vida al retiro y la oración,
muriendo a la edad de setenta y nueve años.
Aún tratándose de las Fiestas Mayores del pueblo, por
los motivos de trabajo indicados, no se les podía dedicar el tiempo que
requerían, ni tampoco se podían alargar más días de los previstos. A pesar de
todo y con el fin de que las fiestas tuviesen su celebración, en cada uno de
los dos días se madrugaba lo suficiente como para entre los dos, hacer al menos
el trabajo de uno. A esto se le llamaba "hacer la mañanada".
En el aspecto religioso no podía faltar la misa
solemne, a la que acudía un buen predicador, al final de la cual se
desarrollaba la procesión por el pueblo con las imágenes de los Santos. La misa
del día 26 se hacía en la hermosa ermita de Santa Ana, una de las más bellas de
la Diócesis. Como está situada a unos cien metros del casco urbano, la
procesión era más larga y el esplendor de la fiesta el mismo que la del día
anterior.
Una parte
bastante emocionante de la celebración era el canto de tercia. Para ello se
desplazaba el cura con los monaguillos desde el altar, formando una pequeña
procesión, subiendo hasta el coro, donde esperaban los cantores. Yo lo recuerdo
como participante, con gran nostalgia y emoción
A pesar de la obligatoriedad que imponía el trabajo,
no podía faltar el jolgorio durante al menos estos dos días, durante los cuales
se desplazaba el gaitero de Lanzuela, que junto a su hijo, amenizaban con su
música estos festejos veraniegos. E incluso en alguna ocasión, dependiendo de
su ruta itinerante, venía la Compañía de "Arturo", los comediantes
que ya hemos comentado en “Los trabajos y
los oficios” de los ambulantes.
Actualmente, como los trabajos ya no requieren la
dedicación plena, como en el pasado y el pueblo estar pleno de gente de
vacaciones, son estos festejos veraniegos los más populares, con lo cual se ha
vuelto a recuperar esta celebración como la Fiesta Mayor, que fue en el
principio.
En cualquiera de ambas fiestas, podía repartirse
durante la celebración de la misa el "pan bendito", en el
supuesto de que alguna familia había hecho la promesa de darlo, como
cumplimiento a la consumación de algún bien recibido durante el año. Este "pan
bendito" consistía en pequeños trozos de bizcocho, que
previamente habían sido bendecidos por el cura y que las jóvenes de la casa donante
ofrecían a los asistentes a la ceremonia, pasando entre los asientos. Lo
transportaban en cestillas de mimbre bellamente engalanadas con blancos lienzos
rebordeados de hermosas puntillas que colgaban a su alrededor. Cada persona
ofrecida, tomaba con total corrección tres o cuatro de estos pequeños trozos de
bizcocho que depositaba en la palma de la otra mano. Algunos se los comían a
continuación. Otros, por parecerles más delicado o profanación del lugar, lo
guardaban para comerlo a la salida.